El pasado 20 de Agosto fue una fecha muy especial para mí. No se cumplía ninguna efemérides importante, a lo sumo fue otro caluroso día de verano más, y para ser sincero ni siquiera estaba cerca de mi casa o los míos. Sin embargo ése día al consultar la actualidad deportiva fui feliz. Y lo fui porque acostumbrado a que el fútbol sea un deporte pocas veces justo-y más aún cuando eres seguidor de un equipo que anhela tiempos mejores- sentí, al leer que el Inter de Porto Alegre se había proclamado campeón de Sudamérica, que se cumplía una especie de justicia divina. Porque en esa plantilla hay uno de esos jugadores tan bien llamados "diferentes", de esos que deberían conocer sí o sí la gloria, ya que dignifican y sacan lustre a éste bendito deporte; porque desde que pasó por mi Zaragoza del alma y pude ver en vivo y en directo lo que es capaz de hacer con un balón y con la autoestima del adversario ya no he podido dejar de seguirlo. Andrés. Una gran cabeza, un corazón aún mayor y un guante en la bota izquierda. El 10 del Zaragoza per secula seculorum. Le pese a quien le pese.
Reconozco que no puedo ser imparcial hablando de él. Y sí, tiene muchos defectos, y no los descubriremos ahora. Pero tampoco se puede dejar de reconocer que la grandeza de su carácter, su garra, su entrega, los eclipsa. Si hubo algo que me dolió de su salida del club fue la imágen de pésimo profesional que quedó de él, que por cierto no puede estar más distante de la realidad. Ante los cientos de veces que se emitieron las imágenes de Andrés dando a entender a un recién llegado Irureta que pensaba marcharse, yo arrojo otra: la que ofreció en el partido ante el Atlético de la temporada 2006/07 en el que se partió-literalmente- la cara contra los defensores colchoneros. Ésa es la verdadera imágen de Andrés: un jugador que destacaba por su magia, pero incluso más por su pundonor, por ése carácter suyo que no le consentía perder ni a las canicas. ¿Indisciplinado? Si se le puede calificar así, entonces también merece la etiqueta de "visionario": tanto con Pablo Aimar como con Víctor Fernández, el tiempo le ha dado la razón. Y además, valiente, por atreverse a decir delante de todos lo que muchos pensaban, aún a costa de su puesto. Como para dudar de su personalidad...
Por cierto, una pequeña pero completamente verídica anécdota: ya consumada su salida del club, el día que dejaba la ciudad, se encontraba en la Estación Intermodal, supongo que para tomar un tren a Madrid y desde ahí, rumbo a Argentina. En ése momento un amigo se encontraba también en la estación por motivos de trabajo. Imagino que Andrés no esperaba que se dirigiera a él, pero cuando lo tuvo a su altura le sorprendió diciéndole algo así como: "Eres muy grande, márchate a otro sitio donde te valoren como mereces". En ése momento Andrés se sorprendió, quizá por la frase o quizá porque quien se lo dijo vestía uniforme, y sólo pudo articular un dubitativo "gracias". Pero estoy seguro de que para él fue reconfortante descubrir que había aficionados que lo apreciaban, entre los cuales orgullosamente me incluyo. Yo soy de aquellos pocos que permanecían de pie aplaudiendo cuando muchos te silbaban. Ahora que vuelves a la Selección argentina, me compraré una zamarra albiceleste con tu nombre. Y cuando vuelvas a levantar un título lo contaré como mío, porque así lo siento. Enhorabuena, Cabezón. Sós grande.