martes, 14 de junio de 2011

Daroca, los zaragüayos, Jerusalén... Alboraya

Explicar un sentimiento. Difícil tarea, pues nadie puede compartir una emoción como si fuera una foto o un mensaje de texto. Estas líneas tampoco pretenden aventurarse en semejante tarea, pero sí pueden servir de vehículo para comprender la dimensión para la hinchada blanquilla de valores como orgullo, afecto, empatía, solidaridad. Algo nuestro se moría. Había que lanzarse a salvarlo o acompañarlo en sus últimos latidos, pero NUNCA dejarlo solo. Afortunadamente todo acabó bien, y el mundo entero pudo conocer la que ahora mismo es la mejor noticia para el club: el zaragocismo está vivo, aunque a veces parezca dormido o el hastío por el negro presente calle su voz. Más les valdría a los dirigentes del club incluírlo en los activos de la entidad a la hora de hacer balance de cuentas, pues a día de hoy es lo más valioso de su patrimonio.
Han pasado ya unos cuantos días, y lo cierto es que tenía en mente publicar mucho antes, pero pensé que podrían quedarse en el tintero detalles importantes, de esos que sólo salen a flote pasados unos cuantos días, cuando el nerviosismo y la euforia se han disipado. Ahora, tres semanas después, se ve todo diáfano y hemos llegado a vislumbrar la importancia de lo conseguido. No creo exagerar diciendo que dada la coyuntura actual aquello fue similar a la consecución de un título, o incluso puede que más importante. Y lo que es más significativo para mí, esta vez lo viví desde primera fila.
Porque no es lo mismo contemplar una gran victoria que ser partícipe de ella. Ojo, no pretendo insinuar que pueden medirse la implicación y el amor a unos colores por la simple diferencia de seguir a tu equipo a otra ciudad o animarlo con todo tu corazón desde casa, pues al fín y al cabo todo es zaragocismo. Pero esta ocasión ha sido para mí la revelación de una conexión íntima con el club de mis amores. Por primera vez pude comprobar que la expresión "llevar en volandas al equipo", tan futbolera ella, es completamente cierta. Porque cuando el autobús del Zaragoza entraba en el estadio, las caras de los jugadores dejaban constancia de que jamás habían vivido algo como aquello, miles de personas cantando y rugiendo a su paso, obligándolos a dejarse el honor y la sangre en el terreno de juego, como una especie de pacto moral. Sólo alguien con el corazón de piedra no se emocionaría ante algo así. Y después, en el estadio... inenarrable. Parecían volver los tiempos del reino de Aragón, que reclamaba su sitio en Valencia, nada de plaza enemiga, sino segunda casa de los aragoneses por decreto de nuestra historia. Que una afición tome una ciudad es algo digno de reseñar; que la hinchada rival haga callar a la local es algo pocas veces visto, algo sin duda para relatar durante años...
Aunque sin duda, lo que me resultó más emotivo fue comprobar cómo por fín confluyen el tiempo y el sentimiento. Ya tengo mi lugar particular en una historia de zaragocismo que viene de familia y que está escrita en una parte tan profunda de mí que no se puede alcanzar. Un lugar en un tiempo infinito. Junto a mi abuelo, al que mi madre, ya establecida en Zaragoza, le pagaba el viaje de autobús desde Daroca y la entrada a La Romareda para que el buen hombre pudiera disfrutar de aquel equipo que le hacía quedarse absorto frente al televisor del bar. Junto a mi madre, que tuvo el enorme placer de disfrutar de los Arrúa, Diarte y García Castany, entre otros, acompañando al equipo a todas partes y haciendo caso omiso a los que por aquel entonces veían tan extraño que una mujer siguiera el fútbol como lo hacían los hombres. Junto a mi padre, socio, como ahora lo soy yo, durante muchisimos años; lloviera, nevara o cayesen chuzos de punta, siempre en su localidad de gol de Jerusalén, animando y señalando el camino para los que vinimos detrás. Ahí estoy yo. El legado de zaragocismo que he recibido sigue adelante desde el Levante español, desde el estadio Ciutat de Valencia, desde el sector llamado gol Alboraya...

jueves, 17 de marzo de 2011

Y los galácticos pincharon en hueso

Como dicen los que han sido jugadores de fútbol, el gol es una especie de éxtasis. Es como una droga, una reacción súbita del cuerpo al observar cómo el cuero se aloja en el fondo de las mallas, que puede desembocar en el más inesperado de los arrebatos. Si a todo ello sumamos un estadio que se levanta encendido de sus butacas acompañando al tanto con gritos, cánticos y aplausos, la sensación debe ser cuasi orgásmica. Yo jamás podré experimentar en mis carnes lo descrito, pero doy fe que participar de ello cuando voy a ver a mi equipo es una de las mayores satisfacciones que he podido conocer... si bien es cierto que con ciertos alicientes, esa sensación se puede incluso potenciar. Por ejemplo, cuando el gol vale un título. O incluso más, si es en una prórroga de infarto. Y ya si ese gol supone una bofetada a uno de los grandes equipos de España y el continente, que ha preparado una final instalado en la prepotencia y el convencimiento de que iban a ganar el partido sin bajarse del autobús, entramos ya en el terreno de lo místico y lo divino.
Pues de todo esto hace ahora siete años. Toda una efemérides, si señor. Parece mucho tiempo, porque los últimos años han sido como una dura estancia en el purgatorio, pero la percepción nos engaña. No hace tanto que eramos grandes. En lo que si estoy de acuerdo es en que, entonces, la realidad era bien distinta. Al menos la mía...
17 de Marzo de 2004
..."¿Cuántos tenemos hoy para cenar?¿Trescientos otra vez? Joder..."
Perfecto. Hoy es la final de la Copa del Rey y estamos hasta arriba de trabajo. El hotel está a reventar. ¿Quién iba a imaginar que a mediados de Marzo seguiría habiendo tanta nieve en las pistas?  Y para colmo, la mayoría de los clientes son valencianos y madrileños, y saben que soy de Zaragoza y del Zaragoza, con lo cual, ya lo estoy viendo, a freír a bromas al camarero maño toda la noche. Simplemente perfecto.
"Y eso no es nada." dice Angelito. "De los trescientos, casi todos van a entrar en cuanto abra el comedor, para poder ver luego el partido. Siempre estamos igual con el fútbol..." Angelito no es futbolero, salta a la vista, pero me ha dado algo de esperanza. Aunque esto al principio sea una batalla campal, si se van rápido igual puedo ver algo del partido, aunque sea el final. Recemos...
Saber que va a ser una noche dura ha sido el colofón a unos días previos a la final cargados de pesimismo. Además de lo que pasó hace seis días, que prefiero no mencionar siquiera, parece que no se nos tiene en ninguna consideración en los medios, a lo mejor deberíamos entregarle ya la Copa al Madrid... pero bueno, esto ya no tiene vuelta atrás, son las ocho de la tarde, comienza el horario de la cena en el hotel, y en cuarenta y cinco minutos la ansiada final. Vamos allá.
Como era de prever, muchos han sido los que han entrado enseguida. Los clientes madrileños y valencianos de los que me encargo no tardan en hacer referencia al partido que en breve comenzará. "Que gane el mejor", dicen los primeros; "a ver si les dais un baño", deslizan los segundos... mi posición me obliga a ser neutral y respetuoso, aunque mi cabeza bulle. Casi sin darme cuenta comienza el partido. Entro a la cocina a seguir con mi trabajo y descubro con alegría que la pequeña televisión que hay allí, siempre apagada, hoy está operativa. ¡Había olvidado a Alberto, nuestro cocinero de Zaragoza! Al fín un aliado.
No me merezco a los compañeros que tengo. Conscientes de lo que significa para mí el partido, cubren constantemente mis largas estancias en la cocina, de forma que todo el mundo está atendido y yo puedo disfrutar, dentro de lo que cabe, del partido. Pero algo falla. Gol de Beckham de falta directa. Malhumorado, salgo al comedor. Ahora que recuerdo, estoy trabajando. Y por cómo me miran algunos, creo que estaban deseando que saliera. No sé cómo se ha enterado, porque aún sigue en el salón, pero uno de los madrileños me espeta: "espero que tengáis merengue de postre..."... me niego a reproducir lo que en ese momento se me ocurre...
Pero al poco, murmullo en la cocina. ¿Será lo que pienso? ¡Sí! ¡Gol de Dani! Efusivos abrazos con Alberto, aunque esta vez me recompongo enseguida. Ojalá no sea lo último que celebrar esta noche. Vuelvo al comedor con una media sonrisa que no se me quita ni a la de tres. Tengo que guardar las formas.
Esta vez ya no es un murmullo, es un grito de tenor lo que se oye desde la cocina. ¡Penalti! De nuevo adentro, como alma que lleva el diablo, justo a tiempo para ver como Villa templa los nervios y bate a César por bajo. ¡Gooool! Estoy de rodillas en el suelo, señalando al cielo, cuando viene a felicitarme Sergio, el masajista del hotel, asturiano de pura cepa: "con esti guaje todu ye posible", me dice sonriente. Ya lo creo que sí. Hasta soñar con un nuevo golpe al Madrid similar al del Depor en 2002...
Con el descanso y pasada la vorágine en el comedor, me sereno un poco. No me estoy comportando como un profesional, que es para lo que estoy aquí, así que intento contenerme. Ya apenas hago incursiones a la cocina para seguir el partido, ni aún cuando Roberto Carlos empata de falta directa. Menos mal que Alberto sigue poniéndome al corriente de vez en cuando. Me habla de un Álvaro imperial; de un Movilla que domina el centro del campo enfrente de unos dioses que, ahora sí, se ven muy terrenales; de un chavalín de Torrero que hace sudar tinta a los laterales del Madrid cada vez que encara; de un Savio en su línea, es decir, excelso; de un jovencísimo David Villa que es dinamita pura. ¡Qué pedazo de jugador!... pero a la siguiente visita que hago a sus dominios, el semblante de mi compañero es sombrío: Cani expulsado. "Qué quieres", le digo. Jugamos contra el Madrid, y a mí al menos no se me ha olvidado el atropello de la final de Copa del 93-Urío, si tienes conciencia, espero que a día de hoy aún te siga remordiendo-. Al poco, entra Juanele. "Ah, sí, y hace no mucho ha entrado también Galletti, ahí está", me informa Alberto sin mucho entusiasmo. Qué cosas. Qué poca importancia le dimos entonces, y cómo cambió aquello los acontecimientos...
Porque poco después el tiempo reglamentario expira, y todos nos preparamos anímicamente para la prórroga. Sólo unas cuantas mesas de tertulia ya en el comedor, todos valencianos, que al verme se interesan por lo que está ocurriendo en Montjuic. Uno de ellos, que ya me conoce de varios días de estancia en el hotel, decide alentarme: "Yo os he visto hacer cosas increíbles", me comenta. Supongo que se refiere a la Recopa del 95, y así se lo hago saber. "Sí, pero aparte de eso. Siempre habéis tenido grandes jugadores y plantillas que ha merecido la pena ver jugar, y alguna que otra vez le habéis mojado la oreja a los equipos grandes, sobre todo al Madrid. ¿Por qué esta vez no iba a poder ser?". Me quedo sin palabras. No es ni la millonésima parte de zaragocista que yo, pero este hombre acaba de decirme exactamente cómo debería estar sintiéndome en este momento. Le sonrío y vuelvo para adentro.¿Por qué justamente en ese momento? ¿Fue la providencia? No lo sé, pero doy gracias todos los días por no habérmelo perdido. Cuando llego a la cocina, Movilla lleva el cuero. Avanza por la zona de tres cuartos sin que ningún jugador blanco se decida a salirle al paso. En ese momento cede el balón al "Hueso" Galletti. Galletti, uno de esos jugadores a los que la grada abraza por su entrega, por su tesón, porque muerden por su escudo si fuera menester. Controla, arma la pierna, respira hondo y dispara. Dispara con todas sus ganas, con su alma, con las nuestras, contra la portería del Madrid, contra la ofensa sufrida once años atrás, contra el poder establecido, contra ese centralismo injusto que también está presente en el fútbol, ante la mirada de estupor de miles de zaragocistas que contienen el aliento. Un último esfuerzo, un efecto extraño, un bote traicionero. Y es gol. Y en la cocina del hotel no caben tantos gritos y tanta felicidad. Hasta me he cargado un par de platos que había por ahí, pero cualquiera me dice nada. No pueden. No dejo de gritar y celebrar ese golazo, estoy fuera de mí. Sólo vuelvo a la realidad cuando el árbitro pita el final y comprendo que somos campeones. Cuartero levanta la Copa. Me abrazo con Alberto otra vez, y van... ¿qué es ese ruido que viene del comedor? La única mesa que queda en el comedor, repleta de valencianos, cantan y agitan las servilletas al viento. No puedo evitar sonreír como si me hubiera tocado la lotería. Voy corriendo ante el buen hombre que me arengó antes para chocarle los cinco. "Ché, ¡qué grandes sóis!". No lo sabes tú bien...
Después, ocurre algo, sin duda lo más hermoso de toda la noche: varios seguidores madridistas que habían abandonado el comedor hacía ya mucho vuelven ex profeso para darme la mano y la enhorabuena. Charlamos un rato, pero debo volver a mi tarea para poder dar el servicio por concluido hasta mañana y poder salir a celebrarlo. Además, no quiero que me noten que su gesto me ha emocionado...

Aún siento orgullo al recordarlo. No sólo por el tremendo gustazo de vencer a un todopoderoso rival de una forma tan épica, pues no todo debe ser forofismo. Pero me siento grande al pensar que un equipo modesto, recién ascendido de Segunda División, humilde y trabajador pudo lograr un objetivo tan ambicioso, y tan merecidamente. Por eso, aunque hoy la situación haya cambiado tanto, siempre intento ser optimista. Debo serlo, con un pasado tan grande. Ahí está, sin ir más lejos, el golpe en la mesa del sábado ante el Valencia. Porque este equipo sabe responder en los momentos claves. Está en sus genes. Por eso no dudo que este año logrará la salvación, aún cuando hasta hace muy pocas fechas parecía estar ya muerto y enterrado. Pues bien, todos los que dudáis, recordad aquella final de Copa. No podíamos ganar. No entraba en los planes de nadie que estos chicos derrotaran a aquellos galácticos. Era imposible. Pero nadie se lo dijo. No lo sabían. Y como no sabían que era imposible, lo hicieron.

sábado, 19 de febrero de 2011

El zaragocismo y sus mitos(I)

A día de hoy, resultaría difícil convencer de que el nuestro fue en tiempos un gran club a alguien que no lo sepa. Sus argumentos para rebatir tal afirmación serían varios: bastaría con mirar la clasificación, leer las noticias acerca de la directiva o ver la trayectoria de los últimos años... y, muy importante, la ausencia de jugadores TOP en el equipo, de esos que marcan las diferencias, puesto que la ruinosa situación, tanto deportiva como económica, no lo hacen factible en éste momento. Pero yo si sé que éste es un club con historia. Yo, afortunadamente, soy consciente de que por aquí pasaron grandes figuras del fútbol internacional como Marcelino, Lapetra, Arrúa, Barbas, Señor, Valdano, Rubén Sosa, Esnáider, los Milito... la lista es larga, y nos arroja una cruel comparación con los buenos tiempos disfrutados y el negro horizonte advenedizo. Figuras que marcaban la diferencia entre pertenecer a los clubes de élite o a los humildes, que calaban hondo en la afición y cuyos nombres eran repetidos en alineaciones que todo el mundo sabía de carrerilla. Pero no eran los únicos.
Por encima de éstos siempre han estado las estrellas mundiales, aquellos jugadores que sólo podían permitirse fichar los equipos realmente poderosos. A esa clase no hemos pertenecido núnca, de modo que, como tantos otros equipos, suplíamos esa imposibilidad de competir en igualdad de condiciones con entrega, garra y jugadores de la tierra; banderas para la afición y un espejo de zaragocismo para los más jóvenes, orgullosos portadores del estandarte, etcétera... suena muy bonito, y ojalá lo fuera, pero no se corresponde en absoluto con la realidad en el Zaragoza actual. Para comprobarlo no hay más que comprobar cómo funciona la cantera y los casos de los últimos jugadores destacados salidos del filial zaragocista.
La cantera del Real Zaragoza es un ejemplo de cómo no hacer las cosas. Tal parece que es un lastre para sus dirigentes, que no parecen saber cómo hacer que funcione, o más aún, ni siquiera están por la labor. No hay un seguimiento de niños de otras comunidades como sí hacen otros clubes, no hay un organigrama, residencias aptas para sacar rendimiento a las jóvenes promesas; no hay, en definitiva, un asidero para situaciones de austeridad como la que ahora vivimos. Sólo hay un equipo mediocre que se mantiene sin pena ni gloria en Tercera división; un barco en medio de un mar en calma, que por no ir no va ni a la deriva.
Con una cantera tan desatendida es complicado sacar jugadores que ayuden al primer equipo y con los que la afición se sienta identificada. Aún así, hay tres grandes nombres en los últimos años, con trayectorias muy dispares, que vienen a confirmar esta teoría de que algo no se está haciendo bien: Cani, Zapater y Lafita.
El primero es, sin ninguna duda, el jugador con más calidad técnica que ha salido de la ciudad deportiva en los últimos veinte o treinta años. Era un placer verlo jugar por la banda izquierda, a pesar de que su posición natural era la de enganche. Sin embargo, la manera de la que salió del club hace que en la Romareda no se le vea con buenos ojos, hasta el punto de que cada año que nos visita son más los pitos que se oyen contra él. Personalmente creo que es una injusticia, puesto que dejó una buena suma en las arcas del club por su traspaso y en justicia era una buena oportunidad para él que está aprovechando.
El caso de Alberto Zapater es un poco al contrario. La afición le tomó como referencia desde el primer momento y le sigue recordando con cariño, lo que resulta cuanto menos chocante por ser el menos especial-futbolísticamente hablando- de los tres. Con Zapater siempre ha existido, al menos a mi juicio, una corriente favorable contra viento y marea, una especie de derecho de nacimiento, como si ser de la tierra hiciese obviar sus defectos en un terreno de juego. Entendámonos de una vez: con su venta muchos se rasgaron las vestiduras, pero el hecho es que se logró ingresar un dinero por un jugador que no aportaba nada de lo que necesitaba el equipo y que no podía continuar progresando aquí. Y sí, estoy al tanto de ése manido tópico de que solemos hacer de menos al que es de casa y ensalzamos al de fuera, pero la única realidad, siendo objetivos, es que Zapater no ha conseguido triunfar en Italia, en un equipo y una liga que le venían de perlas a su fútbol rocoso y físico, ni en Portugal, donde pasa prácticamente desapercibido. Yo no dudé jamás de su compromiso y su dedicación, sólo me atrevo a añadir que esos atributos no eran suficientes para liderar a un equipo.
Con Zapater fuera del equipo, la afición se quedaba sin su santo y seña en el vestuario. Y la realidad es que en ese sentido el futuro es pura incertidumbre. Descartado Goni-otro ejemplo de mala gestión de la cantera, dejar escapar a un jugador sin comprobar que es válido, cuando parecía que sí lo era-, parece que últimamente ese papel queda reservado a Ángel Lafita, pero hay unos cuantos argumentos en su contra, como por ejemplo su esperpéntica vuelta al club hace dos temporadas, o el nulo rendimiento que ha dado desde entonces. Leo en los últimos días que esto se justifica por una lesión que arrastra desde hace tiempo... y siento señalar que esto me suena a excusa. De nuevo veo una maquinaria puesta en marcha para proteger al paisano, porque mucha casualidad me parece que, como he leído hoy, "sufría sus molestias durante el último tramo de la temporada pasada, remitiendo en el periodo estival y volviendo a aparecer al comenzar la Liga..."...
Ojo, no pretendo tirar por tierra la figura del canterano comprometido con el club. Pero sí pretendo ser justo. En lo que a los tres casos que he expuesto se refiere, porque el mejor de todos ellos parece ahora un proscrito cuando pisa la Romareda, cuando es un jugador que merece la pena ver, de los que te hacen pagar una entrada con satisfacción, porque sabes que dará al juego algo diferente. Y ya hablando en un ámbito más general, porque estoy de acuerdo en que son y serán necesarios jugadores comprometidos con la causa del club, que sientan los colores más que los contratos, que sepan la letra del himno cuando la afición lo esté cantando. Pero ante todo tienen que ser jugadores válidos, que aporten al equipo sin que su procedencia sea su paraguas. Muy duros están los tiempos como para afrontarlos sólo con épica y romanticismo.

lunes, 10 de enero de 2011

¿Balón de Oro? Manzanas traigo

Normalmente medito mis entradas bastante. No por nada en concreto, pero una vez leí que cuando te lanzas a escribir sólo debes hacerlo cuando tengas algo realmente relevante que contar, y a poder ser, con la suficiente sustancia como para que cale en la medida de lo posible en quien lo lea. Esta vez es distinto. Esta vez la información hace sólo unos minutos hallada me bulle en la cabeza, y creo que debo plasmarla cuanto antes, pues sobre esto se escribirán ríos de tinta en los próximos días, pero me temo que no tardará muchos más en caer en el olvido. Así que allá vamos.
Llego hace escasos minutos de trabajar y me entero por la televisión que Messi es de nuevo Balón de Oro. La verdad es que me ha sorprendido la noticia, no tanto por el nivel del argentino, que a estas alturas no admite dudas; más bien porque en ese momento he sido plenamente consciente del convencimiento general que existía de que este año ya tocaba homenajear al fútbol español con semejante galardón. Casi daba igual que lo recibiese Xavi o Iniesta, aunque en mi fuero interno estoy convencido de que el de Terrassa lo merece más, su mérito ha sido más constante... Y sin embargo, plaf, la imágen de Messi con el premio en las manos es como un pequeño bofetón a nuestra conciencia... Al instante he pensado en varias maneras de definir la actitud del jurado: ¿Cacicada? ¿Frustración? ¿Puede que incompetencia? No, creo que no. Creo que el quid de la cuestión es que de la unificación del FIFA World Player y el Ballon d'Or de la revista L'Equipe ha salido una tremenda incongruencia, que de ahora en adelante nos va a hacer presenciar las galas de entrega de estos premios como si de una quiniela se tratase.
Porque vamos a ver, ¿cuáles son los criterios de entrega del premio? Hasta ahora al menos parecía claro, el Balón de Oro se entregaba al jugador que, dentro de las competiciones del país en que compite más las Europeas de mayor calado, tuviera mayor importancia en su equipo y/o fuese más decisivo en el papel desempeñado por dicho club, teniendo especial relevancia las competiciones de Selecciones continentales o mundiales si ese año acontecieran. Del mismo modo, el FIFA World Player parecía más encauzado a aspectos individuales, en una palabra más encaminado a señalar al mejor jugador del Mundo. ¿Y qué ha ocurrido cuando se han fusionado ambos premios? Que al incorporar las votaciones de Seleccionadores y capitanes de Selecciones, se ha convertido en un sinsentido. Porque ahora resulta que se premia al mejor jugador del Mundo, o eso se entiende de la designación de Messi. Y justamente el año en que parecía claro que el ganador iba a ser español... pudiera parecer que esto es dudar de la integridad del premio, habida cuenta del gran peso que tiene en la designación la revista L'Equipe... en efecto, es lo que pretendo insinuar, porque me parece de traca. Y como me imagino que no tardando mucho se empezará a hablar de lo dados que somos a llorar cuando no nos contentan, solamente un apunte: el tiempo que duró Forlán en las apuestas sobre quién se llevaría el galardón, sus defensores argumentaron hasta la saciedad lo decisivo que había sido en el meritorio 4º puesto de Uruguay en el Mundial, y lo complicado y exótico que era que una Selección como la uruguaya llegara hasta ahí... sin embargo dicho planteamiento al parecer no es válido con la Selección española, que curiosamente, no es que nunca hubiera disputado un tercer y cuarto puesto, es que nunca había ganado un Mundial... Pero en fín, siempre nos quedará el consuelo del recuerdo y la emoción de Iniesta sin camiseta con los brazos abiertos una maravillosa tarde de verano, o el reconocimiento de Xavi como el mejor jugador español de la historia, pese a lo que digan una roñosa organización afincada en Suiza y una revista francesa de pacotilla.